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La devoción atraviesa todo el ámbito de la existencia del cristiano y está vinculada indisolublemente con cada situación del ser humano o del grupo. Mediante la palabra de la revelación conservada en la tradición, las circunstancias del tiempo y en el encuentro con el prójimo, Dios llama al hombre. Y éste responde con la devoción, esto es, mediante el anhelo, el ansia, meditante la voz del Espíritu que habita al ser humano. El intento de exponer con detalle el significado de esta realidad está condenado al fracaso, motivo por el que la reflexión sobre la devoción cristiana sea un tema muy marginal en el conjunto de la teología cristiana. La triple reducción del concepto en un sentido individualista (alma devota), emotivo (fervoroso), y muy dado a toda clase de prácticas de devoción (beato) es un indicio de deficiencia en la práctica. En la devoción se manifiestan hoy unos excesos, que llegan hasta la superstición y la magia, como una carencia por ser la devoción demasiado cerebral y poco emocional. Se llama también devoción particular a toda práctica habitual de actos religiosos caracterizados por un objeto especial o también la afición comprobada a esas prácticas.