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(del latín destinare, fijar, decidir, destinar)

Creencia en que el futuro humano está determinado. Aunque en la actualidad se recurre popularmente al destino para dar razón de acontecimientos, generalmente temidos, que caen más allá de la voluntad humana, el origen del concepto en la antigüedad se debe más bien a la necesidad de dar un sentido coherente al conjunto de la vida humana; como la coherencia y sentido de muchos nos son desconocidos, se supone que son atribuibles a un poder sobrehumano de naturaleza indefinida. En el mundo homérico, este poder domina sobre hombres y dioses, y es personificado en la Moira, cuyos decretos, justos y necesarios, por lo demás, tienen más bien el carácter de obligación moral; por ello los héroes griegos pueden oponerse al destino (ver cita), no sin algún castigo por parte de Némesis. F.M. Cornford sitúa el destino, moira, en el mismo complejo de términos que physis y nomos,que tienen en común su referencia a un principio ordenador de la naturaleza, física y humana, que nos permite comprenderla. El destino de cada persona, es la parte o el lote que aquél escoge para ella (eimarméne, distribución); esta distribución del destino la entienden los estoicos como una sucesión de acontecimientos regidos necesariamente por causas, y ellos son los primeros en discutir acerca de los problemas que, para la libertad del individuo, plantea la necesidad causal del destino que todo lo envuelve. No de escaso interés son las discusiones lógicas de los estoicos con los megáricos sobre los futuros contingentes, el «argumento perezoso» (ver cita) y el «argumento dominador».

Con el cristianismo el destino queda racionalmente dominado por la afirmación de la providencia y, a nivel más teológico, la de la predestinación.

En la actualidad, la referencia al destino no puede ser entendida más que como figura literaria del futuro o, si acaso, metáfora para aludir al aspecto inescrutable e inabordable, en toda su profundidad, del acontecer de la vida humana. La insistencia racional en que no hay más «destino» ni otro futuro que el que el hombre prepara con su presente no logra evitar, sin embargo, el cotidiano «argumento perezoso» del que dice que «lo que será, será», no entendiendo por tal cosa que «va a suceder lo que va a suceder», sino que va a suceder lo que tiene que suceder (ver texto ).

En teología, concepción según la cual todo y, en particular, el curso de la vida de cada ser humano, estaría determinado de antemano por una ley impersonal. El pensamiento cristiano rechaza esta idea en cuanto conduce a negar la libertad humana. Para el cristiano existe el destino en cuanto que la acción libre y consciente de su vida acontece siempre dentro de un estado de exposición a “lo otro” del mundo, a lo imprevisible e incontrolable, sobre todo cuando aun Dios mismo sigue siendo esencialmente el misterio. Sin embargo, para el creyente, este destino no es fuerza personal alguna. Dios es ciertamente el misterio y, por tanto, el destino y lo impuesto queda reducido por Él en virtud de su Espíritu.