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(del latín deus, dios)

La creencia en Dios, no según las enseñanzas de una revelación, sino tal como admite la sola razón natural. Supone una forma de entender la relación entre Dios y el mundo tal que Dios se concibe sólo como creador y legislador del universo, el que da el impulso inicial de movimiento, como el relojero que pone en marcha el reloj para dejar luego que siga sus propios impulsos, pero en ningún caso como un Dios personal que entabla una relación con el mundo a través de la revelación o la providencia, o que interviene en la historia humana con milagros y hechos sobrenaturales. El término, de origen inglés (deism), se difunde en el s. XVI en Francia (déisme), introducido por Pierre Viret, discípulo de Calvino, como intermedio entre el ateísmo y el teísmo. En los siglos XVII-XVIII, se utiliza en Inglaterra y Francia, sobre todo por parte de los ilustrados, como equivalente de una «religión natural», o racional, que se apoya sólo en la razón y que oponen a una creencia en Dios basada en la revelación y los milagros, que rechazan, y alejada de la credulidad y la superchería.

El contenido concreto de lo que el deísmo admite como propio o aceptable por la razón natural varía según las épocas y los autores. En Inglaterra, los deístas del s. XVII y XVIII no constituyen un grupo filosóficamente importante, y son más bien escritores y moralistas. Destacan el irlandés John Toland (1670-1722), quizás el primero en llamarse «librepensador», que escribió una obra cuyo título es ya un resumen de su concepción deísta: Cristianismo sin misterios, o tratado que muestra que no hay nada en el Evangelio que sea contrario a la razón, ni superior a ella, y que ninguna doctrina cristiana puede llamarse con propiedad misterio (1696), y Matthew Tindal (1657-1733), racionalista y radical, cuya obra lleva el título también significativo de El cristianismo tan viejo como la creación o el Evangelio como nueva publicación de la religión natural (1730). El deísmo inglés fue criticado por Joseph Butler (1692-1752), capellán de la casa real, con su obra La religión, natural y revelada, en analogía con la constitución y el curso de la naturaleza (1736), donde sostiene que todas las criticas que pueden dirigirse a la religión revelada pueden dirigirse igualmente a la religión natural. Hume es también considerado deísta, pues aunque propiamente debilita los argumentos del deísmo al criticar la posibilidad de una «naturaleza humana» sobre la que se apoyaría una supuesta religión natural, su escepticismo ante todo tipo de argumentos de la existencia de Dios, tal como expresa sobre todo en Diálogos sobre la religión natural (1779) y la explicación religiosa del origen del sentimiento religioso en el temor más bien representan la culminación del deísmo inglés.En Francia, el deísmo es la postura al menos inicial de los grandes enciclopedistas: Voltaire se mantuvo siempre fiel a su deísmo (al que él llamaba, sin embargo, teísmo); d´Alembert y Diderot -quien define al deísta como el hombre que no ha vivido lo suficiente, o no sabe lo suficiente, para ser un ateo-, deístas en un comienzo, se convirtieron en materialistas ateos; J.J. Rousseau parece profesar un cierto deísmo en la «Profesión de fe de un vicario saboyano», del libro IV de Emilio, o de la educación (1762). La mayoría de enciclopedistas restantes, d'Holbach, Helvétius, La Mettrie, Condillac, etc., partieron del deísmo para llegar al ateísmo materialista. Por lo común, en Francia, a diferencia de Inglaterra, el deísmo ataca al cristianismo o al teísmo en general por considerarlo parte de la ideología prerrevolucionaria o fruto de la superstición.

El mejor ejemplo de deísmo es, no obstante, en definitiva, Kant (ver cita) quien, en La religión dentro de los límites de la mera razón (1792-1794), sostiene que la única religión posible es la moral.

El deísmo halló un medio apropiado de difusión, aparte de las sectas que proliferan en esta época (antitrinitarios, unitaristas, socinianos, etc.) y del rechazo a la autoridad eclesiástica, en el desarrollo de las ciencias que logran explicar muchos de los fenómenos que anteriormente se explicaban mediante una intervención divina.

El deísmo fue condenado por el Concilio Vaticano I a causa de la negación de lo sobrenatural y de la revelación. El Concilio también niega la idea promovida por esta teoría según la cual Dios creó el mundo necesariamente ya que eso equivaldría a impugnar la libertad de Dios.

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