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(del latín corpus que inicialmente designaba el «cuerpo» de los seres vivos contrapuesto al alma o principio vital)

En cuanto que contrapuesto a dicho principio vital, el cuerpo era concebido en sí mismo como sin vida, por ello designaba también los cadáveres. También el término griego soma (σϖμα) designaba originariamente el cadáver. No obstante, posteriormente, este mismo término se utilizó para designar también el cuerpo de todo ser viviente, tanto vivo como muerto. Por extensión, este término acabó designando, de una manera general, toda sustancia material, situada en coordenadas espacio-temporales, y que se ofrece a la percepción como un todo organizado, más o menos permanente y que es, en general (aunque con excepciones y matizaciones), considerado independiente del sujeto que lo conoce. Desde la perspectiva más general, tradicionalmente se atribuyen a los cuerpos las propiedades físicas fundamentales siguientes: la extensión en el espacio (con tres dimensiones), la duración en el tiempo y la masa. Generalmente, por lo menos desde los estoicos, se le añade, además, la propiedad de la impenetrabilidad o antitipia.


Dados estos significados distintos de «cuerpo», los trataremos separadamente:

a) la noción física y metafísica de cuerpo,

b) la noción de cuerpo de un ser vivo y

c) la relación entre alma y cuerpo.

d) desde un punto de vista bíblico: Contrariamente a una concepción muy propagada, desde un punto de vista bíblico, el cuerpo no es un conjunto de carne y huesos sino que tiene una dignidad muy superior, que Pablo puso de relieve en una teología del cuerpo. Mientras el AT designa a la carne y al cuerpo con un término, basar, en el griego del NT pueden distinguirse dos palabras: sarx y soma, diferenciación que adquiere valor con la interpretación de la fe. Como en todas las lenguas, el cuerpo designa con frecuencia la misma realidad que la carne: así la vida de Jesús debe manifestarse en nuestro cuerpo lo mismo que en nuestra carne (2Cor 4, 10s). También en Pablo encontramos la expresión El cuerpo es para el Señor, lo que significa que hay que glorificar a Dios en el propio cuerpo (1Cor 6, 20), pues el cuerpo debe resucitar como el Señor (6, 14), es miembro de Cristo (6,15), templo del Espíritu Santo (6, 19). Esta dignidad viene de que el cuerpo ha sido rescatado por Cristo: Jesús tomó el cuerpo de la carne (Col 1, 22) y venció a la muerte con lo que en adelante no hay sino un solo cuerpo, el cuerpo de Cristo. Por eso todo creyente, siguiendo el itinerario de Cristo, entiende que su cuerpo terreno será transformado en cuerpo de gloria (Flp 3, 21) tras el paso por la muerte.


Bibliografía sobre el concepto

  • Lowen, A., El lenguaje del cuerpo. Dinámica física de la estructura del carácter. Herder, Barcelona, 2009.
  • Onnis, L., La palabra del cuerpo. Herder, Barcelona, 1997.
  • Gervilla, E., Valores del cuerpo educando. Herder, Barcelona, 2000.