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Hay diversas maneras de clasificar los tipos de conocimiento. Si «conocimiento» se entiende en un sentido amplio, como captación del objeto por parte del sujeto, se distingue, según el orden o nivel en que esta captación se produce, entre conocimiento sensible y conocimiento intelectual.

El conocimiento sensible es la simple recepción pasiva -desde un punto de vista epistemológico general- de los datos objetivos, o datos sensoriales, mediante la sensación, que supone la captación del estímulo adecuado para convertirlo en unidades más amplias y activamente integradas, que se conocen como percepción. Perciben tanto los animales como el hombre, pero la percepción humana está directamente relacionada con el pensamiento.

El conocimiento intelectual, que puede llamarse también pensamiento, es la captación del objeto mediante una imagen mental, normalmente llamada concepto. La recepción pasiva de la sensibilidad es ahora elaboración activa de los datos ofrecidos por los sentidos, a los que se unen los pensamientos. Sensibilidad y entendimiento, aparte de dos tipos o niveles de conocimiento, son también «fuentes del conocimiento», y no fuentes independientes sino integradas, en el hombre, en un mismo proceso del conocer: «sin sensibilidad ningún objeto nos sería dado y, sin entendimiento, ninguno sería pensado. Los pensamientos sin contenido son vacíos; las intuiciones sin conceptos son ciegas» (ver texto ).

Puede también distinguirse entre conocimiento directo, o inmediato, y conocimiento indirecto o mediato. En el conocimiento inmediato, el sujeto conoce sin la mediación de nada, o sin que sea necesario un conocimiento anterior. No hay ninguna inferencia en el proceso de conocer. Esta inmediatez se conoce por el nombre de intuición. Ésta puede ser sensible o intelectual. La intuición sensible consiste en la captación inmediata de los datos de los sentidos sin intervención de ningún proceso intermedio: las cosas se conocen por experiencia (externa o interna) inmediata. Si se añade que no hay otra forma de conocer que ésta, tenemos la tesis del empirismo. La intuición racional plantea el principio general de que los verdaderos objetos de conocimiento no son las cosas, sino las ideas o los conceptos. Por lo mismo, el verdadero conocimiento supone la captación inmediata de estas ideas o conceptos. Es la tesis del racionalismo, en sus diversas facetas, desde Platón a Descartes y sus epígonos, pasando por Plotino y san Agustín. Kant no reconoce otra intuición que la sensible. Pero el idealismo alemán posterior propugna cierta intuición intelectual, así como también Schopenhauer. Otros autores defienden la captación inmediata intelectual de las diversas clases de valores a través del sentimiento religioso (Schleiermacher), de los sentimientos y las emociones (Max Scheler) o la intuición de la vida (Dilthey, Nietzsche), o de los objetos de la metafísica (Bergson), o de las esencias (Husserl). Pero, en principio, todas las diversas formas de intuicionismo intelectual o vital son diversas manifestaciones de irracionalismo.

La tendencia es eliminar de la epistemología cualquier rasgo de irracionalidad intuicionista. En el conocimiento mediato o directo, llamado también discursivo, conocer es una inferencia, por lo que supone siempre una mediación entre el sujeto y el objeto. Fuera de la sensibilidad no se conoce sino por medio de conceptos, y éstos suponen inferencias y abstracciones, no intuiciones. Se distingue, igualmente, entre conocimiento a priori y a posteriori. El conocimiento a priori puede entenderse como independencia, o precedencia temporal, respecto de la experiencia, o como independencia lógica, es decir, validez del conocimiento independientemente de la experiencia. El racionalismo sostuvo este tipo de a priori temporal con su teoría de las ideas innatas. En general, puede decirse que, desde Platón, cualquier proposición necesaria, conocida por el entendimiento independientemente de la experiencia, es una forma de a priori. Kant sostuvo la necesidad del a priori lógico, como forma del conocimiento, no como contenido primeramente conocido en el tiempo, sino como justificación de su validez: de su universalidad y necesidad.

En la historia de la filosofía, con todo, hay otros «aprioris»cognoscitivos, de influjo kantiano, aunque no entendidos como constituciones (trascendentales) del objeto. Normalmente se rechaza la concepción ingenua del conocimiento, como simple receptividad pasiva o reflejo especular, o tabula rasa, y se supone algún tipo de actividad productora del conocimiento por parte del sujeto, independiente de alguna forma de la experiencia. Así, por ejemplo, en este sentido hay que entender las exigencias, en la fenomenología de Husserl, de la aportación de la propia conciencia, o el mismo condicionamiento cultural del saber humano, según Max Scheler, o los planteamientos más recientes de la sociología del conocimiento. La discusión teórica sobre la necesidad de algún tipo de conocimiento a priori continúa también en los autores influidos por el positivismo lógico, que rechazan cualquier conocimiento a priori de la experiencia y sostienen que el único conocimiento a priori son las tautologías. En filosofía de la ciencia, la distinción entre lo teórico y lo observacional y el supuesto de que los términos observacionales están «cargados de teoría» recuerda la distinción entre analítico y sintético. Popper mismo no tiene inconveniente en admitir cierta similitud entre su teoría del conocimiento como «teoría del reflector» (ver referencia) y el punto de vista kantiano, así como la necesidad de ciertos aprioris biológicos en el ámbito del conocimiento.

Bibliografía sobre el concepto

  • Chislom, R., Teoría del conocimiento. Tecnos, Madrid, 1982.