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(del latín conscientia, derivado de cum, con, y scientia, conocimiento, por consiguiente remite a un cierto «saber con»)

Por su etimología, es el saber algo dándose uno cuenta de que se sabe, o bien el tener una experiencia advirtiendo el sujeto que la tiene; la etimología de la palabra apunta ya, por tanto, a la principal característica del concepto: la reflexión. En general, es la capacidad de representarse objetos o la capacidad de conocer objetos del mundo exterior, mediante una representación de los mismos con intuiciones y/o conceptos. Posee, por consiguiente, dos sentidos fundamentales o bien hay que decir que existen dos clases de conciencia: la representativa (de objetos) y la reflexiva (sobre uno mismo). Aunque la conciencia existe en distintos grados en el reino animal, en sentido pleno la conciencia es un fenómeno puramente humano y con ello se afirma que 1) todo hombre individual tiene conciencia, esto es, es capaz de representarse mentalmente el mundo; pero que 2) lo hace de un modo tal que es sustancialmente idéntico para todo hombre, de donde proviene que todo hombre, además de ser un individuo capaz de conocer es, también un sujeto sustancialmente idéntico a los otros; y, por último, que 3) tener conciencia, o ser sujeto, implica que existen objetos conocidos por este sujeto. En el primer sentido, la conciencia es la capacidad del individuo de conocer el mundo que le rodea; en el segundo, la conciencia significa subjetividad o entidad de sujeto para quien la tiene, y en el tercero, la conciencia señala la inevitable condición de que «toda conciencia es conciencia de algo» y de que, por lo mismo, significa la unión, fusión o relación -pero no identidad, que es lo que afirma el idealismo- entre un sujeto y un objeto. Cuando este objeto es el yo mismo, a la conciencia se la llama autoconciencia, o conciencia de sí mismo, y cuando es un valor moral o un deber, conciencia moral. Es propio de la conciencia dar unidad al conjunto de la experiencia, hasta el punto de que la posibilidad de captar y comprender el conjunto de experiencias como un todo, ya sea como un objeto o como la totalidad de objetos, depende esencialmente de la permanencia, constancia, identidad de la conciencia y de su carácter de sujeto.

Características básicas, por consiguiente, de la conciencia son: la intencionalidad, la reflexión y la identidad o permanencia como sujeto.

La historia de la filosofía y del pensamiento ha visto en la conciencia el momento importante de la representación de objetos, o el fenómeno del conocimiento, por lo que los principales enfoques de la conciencia van a la par con cuestiones fundamentales de las diversas teorías del conocimiento. Dejando de lado las primeras apelaciones a la conciencia, entendida como conocimiento reflexivo de uno mismo, hechas por el «conócete a ti mismo», de Sócrates, o el «diálogo del alma consigo misma», de Platón, o la distinción entre «hombre exterior» y «hombre interior», y hasta el «maestro interior», de Agustín de Hipona, la consideración de la conciencia como tema de filosofía comienza con las Meditaciones metafísicas de Descartes.

R. Descartes

Para él, es fuente única de certeza y modelo de conocimientoy se identifica, además, con el yo o la sustancia del individuo; es el comienzo de una tradición que llega hasta la época moderna, que identifica conciencia y certeza y hace de la conciencia la característica del hombre y del saber humano:la mente y la razón (ver texto ). A Hume se debe, en cambio, la perspectiva de considerar a la conciencia como si fuera un flujo de impresiones (ver texto 1 texto 2 y texto 3 ), un «haz», una «corriente» o un «río», esto es, como conjunto de vivencias sin identidad de sujeto y sin carácter sustancial. Con la llegada de los representantes de la llamada filosofía de la sospecha, se somete a crítica la noción tradicional de conciencia. Nietzsche afirma el origen social de la conciencia y la necesidad de desenmascarar cuanto se oculta realmente detrás de ella como conciencia moral; Marx la constituye en un mero reflejo de las relaciones económicas de producción (ver texto ), y según Freud es un producto del inconsciente.

E. Husserl

Husserl reemprende la tradición clásica y cartesiana de conciencia, interrumpida por los filósofos de la sospecha. Como para Descartes, también para Husserl, pero en mayor medida, la conciencia es conciencia de algo. Rechaza, sin embargo, que este algo sean ideas, o enunciados sobre ideas, que Descartes toma como objeto de investigación según su «contenido objetivo». Para Husserl el ser «conciencia de» significa que la conciencia es esencialmente intencional, y que lo suyo es representar algo siempre y en todo momento, y una conciencia que no apuntara a un objeto sería algo tan contradictorio como hablar de una «materia inextensa», pero los objetos a que apunta son también estados intencionales o subjetivos. Al distanciarse por igual del realismo -que supone, sin más, la existencia de un mundo exterior- y del idealismo -que identifica el mundo exterior con la conciencia humana-, describe la intencionalidad de la conciencia en su doble aspecto de acción de referirse a «objetos» y de objeto referido, de nóesis y nóema, respectivamente, como aspectos ambos intencionales o fenoménicos.

Posteriormente, tanto la filosofía especulativa como las investigaciones empíricas de la psicología, sobre todo de la llamada psicología de la Gestalt, han coincidido en suponer necesaria la distinción entre «mundo percibido» o «mundo vivido», o conjunto de vivencias de la conciencia, y mundo en sí. Según la actual filosofía de la mente, a la afirmación de que los fenómenos mentales son procesos cerebrales sigue la afirmación de que describir la conciencia no es labor exclusiva de la filosofía, sino también de las ciencias empíricas en general y de la neurofisiología en especial. Aunque con excepciones notables -Th. Nagel, Colin McGinn o John R. Searle, por ejemplo, que sostienen que la subjetividad, propia de la conciencia, no puede explicarse mediante una reducción a estados puramente físicos-, la tendencia general afirma la identidad psicofísica de mente y cuerpo, en la variante actual denominada «teoría de la identidad de rol causal», o bien funcionalismo, según la cual los «estados» mentales -hechos, procesos o estados mentales- se conciben en términos del rol que asumen al conectar los inputs y los outputs del cerebro, o los estados mentales mismos, esto es, en términos de causa (que los provoca) y efecto (sobre la conducta). También para la filosofía de la mente actual se mantiene la cuestión del carácter ontológico que hay que otorgar a la conciencia y de su autonomía respecto de fenómenos explicables por meras propiedades físicas. La distinción, que se mantiene, entre «conciencia fenomenal» (la reflexiva y subjetiva) y «conciencia representacional» (la que aporta información externa) es no sólo indicio de la complejidad del problema, sino también de que hay un problema filosófico y un problema empírico que deben diferenciarse.


Bibliografía sobre el concepto

  • Searle, J., El misterio de la conciencia. Paidós, Barcelona, 2000.

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