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En sentido amplio pueden identificarse con las ciencias del espíritu, o con las ciencias humanas, pero en sentido propio deben considerarse ciencias sociales aquellas cuyo objeto de estudio son los fenómenos sociales. Surgen, al igual que las ciencias de la naturaleza, durante el s. XIX, cuando aparecen las primeras obras sobre filosofía de la ciencia. El primero en emplear el término de «sociología» para aplicarlo a una ciencia de tipo experimental fue Auguste Comte.

Ejemplos de ciencias sociales son, además de la sociología, la economía, la lingüística, la criminología, la ciencia política, la psicología social, la historia de las ideas, etc.

Desde que Dilthey, a finales del s. XIX, distingue entre ciencias de la naturaleza y ciencias del espíritu (ver texto ), existe la polémica acerca de las características de estas últimas y acerca del método que les es propio. Uno de los supuestos fundamentales del neopositivismo es la afirmación de la unidad del método científico, que exige que también las ciencias sociales construyan leyes invariables sobre los fenómenos humanos. La llamada disputa del positivismo enfrentó dos concepciones opuestas -el racionalismo crítico de Popper y la teoría crítica de la escuela de Francfort- sobre la cuestión de si las ciencias sociales poseen una estructura científica similar a la de las ciencias de la naturaleza y si el método que les corresponde es o no es el mismo que el de estas últimas. Popper ha sostenido siempre la unidad del método científico (ver cita), mientras que la escuela de Francfort sostiene la dualidad de ciencias y de métodos. La discusión puede ampliarse a las críticas dirigidas por Hempel, defensor del modelo nomológico de explicación, a las teorías de W. Dray, que en su Leyes y explicación en la historia (1957) sostiene que la explicación histórica tiene su propio modelo; le siguen en esto E. Anscombe y G.H. von Wright.

En esta cuestión son dos los enfoques posibles: reducir las ciencias sociales a la misma estructura y metodología de las ciencias de la naturaleza, o respetar la idiosincrasia de las ciencias sociales. Esta última opción enlaza con la postura tradicional, que sostiene que lo propio de las ciencias sociales, igual que las ciencias del espíritu, o las ciencias humanas, es la comprensión de la sociedad y la cultura (ver cita 1 y cita 2). Es propio de estas ciencias contemplar su objeto de estudio, en definitiva el hombre, no como un ser biológico sometido a leyes deterministas, sino como ser libre, capaz de autodeterminarse y no sometido al destino, aunque sí a los condicionamientos psicológicos, ambientales y sociales, y que se manifiesta activamente a través del lenguaje y de sus producciones e instituciones culturales y sociales. Esta situación de intercomunicación e interacción, en la que coincide la naturaleza de lo que se estudia y de quien estudia, produce la peculiaridad de las ciencias de la sociedad y del espíritu: por un lado, la ventaja de comprender desde dentro,y no solamente entender desde fuera, el objeto que se investiga, y, por el otro, el carácter problemático de la objetividad científica, más difícil de conseguir por la dificultad de conseguir conceptos objetivos y leyes universales. En el estudio de la realidad social forzosamente intervienen los prejuicios, las ideologías y los juicios de valor. Son las dos caras, positiva y negativa, del llamado método de la comprensión, método en definitiva subjetivo.

Añádase la dificultad de emprender experimentos en materia social, o repetirlos en circunstancias idénticas, la dificultad de analizar las predicciones, y, sobre todo, el problema de los enunciados universales en las ciencias sociales: si las generalizaciones en estas ciencias pueden hacerse con el rigor necesario. En las ciencias naturales se supone la regularidad de los fenómenos: a efectos semejantes, causas semejantes, de modo que, siendo iguales las circunstancias y los objetos, los fenómenos son los mismos. En las ciencias sociales, los objetos- esto es, los hombres- en circunstancias semejantes actúan de maneras diferentes.

Ernest Nagel precisa la diferencia de metodología entre las ciencias naturales y las ciencias sociales en los siguientes términos:

Las ciencias naturales gozan de unanimidad entre los investigadores respecto a 1) cuáles son los hechos que hay que explicar, 2) cuáles son las explicaciones satisfactorias de los hechos (si las hay), y 3) cuáles son los procedimientos de investigación que permiten hallar las explicaciones de los hechos.

Frente a ello, en las ciencias sociales no existe tal suficiente unanimidad ni sobre cuestiones de contenido ni sobre cuestiones de método, y es posible dudar acerca de si estas ciencias «suministran leyes estrictamente universales acerca de fenómenos sociales» (ver texto ).



Bibliografía sobre el concepto

  • Van der Steen, W.J., A Practical Philosophy for the Life Sciences. State University N.Y., Nueva York, 1993.
  • Quivy, R., Campenhoudt, L., Manual de recerca en ciències socials. Herder, Barcelona, 1997.
  • Hollis, M., The philosophy as social science. An Introduction. Cambridge Univ. Press, Cambridge, 1994.
  • Hollis, M., The philosophy as social science. An Introduction. Cambridge Univ. Press, Cambridge, 1994.

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