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Aristóteles

Primera formulación histórica de una teoría de las causas, con la que Aristóteles intenta explicar el cambio que ocurre en las cosas recurriendo no a un principio material, como había sido tradición entre los presocráticos, sino a un conjunto sistemático de causas materiales y no materiales. Partiendo de una consideración antropomórfica sobre la manera como el hombre produce algo, se plantea las preguntas principales que pueden hacerse al respecto: quién hace algo y para qué lo hace, y qué es esto y de qué está hecho o en qué consiste. Estas cuatro expresiones son las cuatro distintas maneras con las que podemos preguntarnos el porqué de una cosa, en el bien entendido que este porqué no está simplemente en la mente de quien pregunta, sino que forma parte de la constitución real del objeto. Los porqué pertenecen propiamente al mundo, no al hombre; las causas los explicitan.

La causa, según Aristóteles, puede considerarse bajo cuatro aspectos: como aquello a partir de lo cual algo se produce, la materia (en griego hyle) de que se hace algo y que la cosa continúa siendo: el sustrato (el «de qué»); como la forma, o el logos (λόγος), la sustancia o esencia que se manifiesta por la definición, el modelo, la idea o el paradigma (en griego εἶδος, eidos) de la cosa, esto es, el principio organizador y estructurador de la materia que en íntima composición con ella permanece en la cosa (el «qué»); como el agente o el iniciador del cambio, el hacedor, el responsable, el origen (el «quién», el «por qué»); como el fin (en griego télos), la finalidad, el objetivo hacia el cual se orienta la producción, con miras a lo cual se hace algo, el bien de la cosa (el «para qué»). La tradición ha dado a estos aspectos de las cosas los nombres de causa material, causa formal, causa eficiente y causa final. Aristóteles aplica este modelo de explicación causal tanto al mundo natural como al mundo artificial, o del arte. En este último caso, por ejemplo, el constructor que construye una casa es el agente o iniciador del cambio de los materiales o del sustrato con que inicia la construcción; en este caso, los ladrillos, la piedra o la madera. Estos elementos materiales se hallan en una pura pasividad receptiva, o potencialidad, respecto de la forma, idea arquitectónica o el modelo de construcción, que el arquitecto irá actualizando, llevando a cabo, aplicándola a los materiales y hasta al espacio o al volumen de que dispone, con el fin de lograr una vivienda. Cuando este modelo se aplica al conjunto de cosas naturales, la causa material pierde importancia (por el mero hecho de que una cosa natural sufre muy diversos cambios, se hace difícilmente comprensible cuál es su causa material; lo que vemos no es la materia, sino las sucesivas organizaciones o estructuraciones de esta materia), mientras que la causa eficiente, la formal y la final convergen en una sola (la especie a que pertenece el ser biológico).

La teoría aristotélica de las causas, plenamente aceptada durante toda la Edad Media, comienza a ser rechazada a partir del Renacimiento, criticada sobre todo por Galileo y Bacon. La desaparición de las cuatro causas como principios explicativos de la naturaleza debe enmarcarse en el rechazo, en primer lugar, de la autoridad de Aristóteles en filosofía de la naturaleza y, en segundo lugar, en la desaparición de la consideración organicista del mundo. Según el mecanicismo naciente, en la nueva imagen del mundo la causa formal y final se consideran estériles, inobservables y no experimentables, mientras que la causa material queda inmersa en la explicación que la fílosofía corpuscular da de los fenómenos a partir de las partículas sometidas a movimiento, que se constituyen en la única causa (eficiente) con interés científico. A partir de entonces, se hace usual la interpretación de la causa como causa eficiente.