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En general, el devenir observable en todas las cosas o la transformación de unas cosas en otras, o en cosas con diferentes propiedades; ya en este sentido, el cambio supone alteración, sustancial o accidental, aparecer o desaparecer, o cambio de lugar. (El término movimiento tiene, en la actualidad, connotaciones de cambio de lugar, pero en realidad no es más que una clase de cambio). Propiamente, se entiende por cambio o movimiento todo proceso de mutación (mutatio) que se produce en el mundo físico. Éste fue el problema por excelencia que se plantearon los presocráticos, y es además el problema central de toda la física griega -la phýsis ton onton, la naturaleza (el aparecer) de las cosas-, dado que su explicación supone resolver el problema de su posibilidad: ¿Cómo es posible el cambio, si cambiar supone que una cosa deja de ser, o que algo que no era comienza a ser? Supone, en consecuencia, la realidad del no-ser o la imposibilidad del cambio, o bien, exige distinguir entre lo que es apariencia y realidad.

La física de Aristóteles es una respuesta sistemática al problema, naturaleza, condiciones y principios del cambio, y de ello trata en Physiké akróasis, o Curso de física, que es con el que se conocen, desde Andrónico de Rodas, los ocho libros aristotélicos que tratan de este tema. El conjunto formado por los libros I-IV lleva por título desde la antigüedad Sobre los principios, y el que forman los libros V-VIII, Sobre el movimiento. Parte Aristóteles del hecho de sentido común de que el cambio en la naturaleza es evidente y no cabe discutirlo; aún más, que le es esencial a la naturaleza la presencia del cambio y el movimiento(ver texto ). Para designar este fenómeno natural, emplea casi indiferentemente los términos de metabolé (μεταβολή y kýnesis (κίνησις ver texto y ver cita), y para poder hablar de él establece sus principios o factores a tener en cuenta cuando se habla del movimiento, que son: el sujeto del cambio (hypokeímenon), o la materia, que permanece durante el proceso del cambio, y los dos contrarios o contrapuestos (antikeímena), entre los cuales se da el cambio: la forma (ya sea la esencial, la sustancia, o la accidental, la cualidad, la cantidad y el lugar) y la privación (no el no-ser, sino la carencia de una forma por parte del sujeto). Esta terminología, basada en conceptos metafísicos, permite hablar del cambio sin contradicción, esto es, permite entender de qué modo lo que cambia de alguna manera no cambia, y de aquello que, pese al cambio, ha de permanecer inalterado en aquello que cambia: cambia la forma en su sujeto que estaba privado de ella (ver texto ).

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Hay cambio, «algo llega a ser algo», cuando un sujeto que carece de una determinada perfección la adquiere por sí mismo (cambio natural) o por otro (cambio artificial), de modo tal que «algo llega a ser de algo», esto es, el cambio se produce sobre un sujeto, o sustrato, siempre existente.

Otra forma de contemplar el cambio es verlo como el llegar a ser («esto») de algo que podía ser («esto»), es decir, mediante los conceptos de acto y potencia. En este caso, «el movimiento es la actualidad de lo potencial en cuanto tal» (ver texto ). Todo lo que existe está en acto o en potencia; las cosas son o pueden ser. No es lo mismo ser una actualidad que ser una posibilidad, pero entre una cosa y otra hay un vínculo necesario, y si existe algo en cuanto que se está actualizando, esto está en movimiento. De hecho, para Aristóteles, todo lo que existe son potencias actualizadas, y el conjunto de la naturaleza no es sino el desarrollo de las posibilidades de cada cosa, según su naturaleza.

Al hecho de alcanzar una cosa el término de su movimiento, lo llama Aristóteles fin; nada tiende a un fin, a través de un movimiento, a menos que exista un responsable, o agente, del inicio del movimiento; y éste no es posible sin una forma y una materia. Materia, forma, agente y fin son las causas, o factores explicativos del cambio; aquello que podemos responder cuando se pregunta por qué las cosas son como son.

No hay devenir, o cambio, sin tiempo (khrónos). El tiempo es precisamente la medida del cambio, o del movimiento, según «el antes y el después»; esto es, lo hace inteligible, pese a que en sí mismo el tiempo no es, por su parte, demasiado inteligible. El cambio de las cosas sólo lo comprende un sujeto que tenga conciencia del tiempo en la misma dirección «del antes y el después», tal como ocurren los fenómenos en la naturaleza. La introducción del tiempo, que permite comprender la sucesión, la duración y la simultaneidad de los fenómenos, permite también medirlos o cuantificarlos.

Esta cuantificación del movimiento, que es una de las carencias fundamentales de la física aristotélica, sólo ha sido posible con el tratamiento matemático que la ciencia moderna ha dado, desde Galileo, a la naturaleza y a los fenómenos naturales. Mientras la física se ha mantenido en los parámetros de la mecánica newtoniana, el tiempo ha sido como el telón de fondo sobre el que transcurren unidireccionalmente los fenómenos de la naturaleza, mientras son observados. La teoría de la relatividad de Einstein ha introducido una perspectiva distinta en la observación del cambio físico. El tiempo no es en la física actual un flujo de acontecimientos, constituido por las cosas que cambian; las cosas mismas son tiempo, de forma que todo -universo incluido- es un suceso espacio temporal.

En sociología es la alteración o transformación total o parcial de la estructura de la sociedad, que, aunque de por sí se la considera estable, puede modificar su historia (ver cita). Se entiende que el cambio ocurre dentro de un período breve de tiempo, puesto que, si el período es largo, se habla más bien de evolución social. Se habla de revolución cuando el cambio es brusco y rápido, y su objetivo es el cambio de la autoridad política o del gobierno de una sociedad..

Agentes del cambio son los individuos o los grupos sociales que lo llevan a cabo.


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