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(del árabe az-zahr, dado, juego de dados) En sentido amplio, sinónimo de casualidad (αὑτόματον, autómaton, en Aristóteles) o accidental, cuando se habla en general, o de suerte (τύχη, tykhe, en Aristóteles) cuando se habla de sucesos que pueden ser «buenos» o «malos» para alguien. Propiamente, llamamos «azar» a la incertidumbre (aspecto epistemológico) o indeterminación (aspecto ontológico) de un suceso. Incertidumbre e indeterminación que pueden deberse a que ignoramos cuál es en realidad la causa de un fenómeno, o al convencimiento de que un fenómeno determinado carece verdaderamente de causa. En el primer caso, la incertidumbre e indeterminación son propias de fenómenos no previsibles ni explicables desde causas definidas, y que por lo mismo consideramos indeterminados y, en este sentido, el azar puede considerarse como el nombre de la ignorancia humana de las causas; pero consideramos que estos fenómenos son estadísticamente determinados y procuramos eliminar su incertidumbre mediante cálculos de probabilidad y, en este aspecto, están sometidos al conocimiento probable. También se considera azar, en sentido parecido, al entrecruzamiento o interferencia de sucesos causales independientes en momentos y circunstancias no previsibles; Crisipo, en la antigüedad, y Cournot (ver texto ),en el s. XIX, lo entienden de esta manera. Ahora se considera que el azar no está propiamente en las causas, sino en los efectos accidentales de estas causas, originados por la conjunción accidental de las causas que llamamos «fortuitas». La creencia, en cambio -en el segundo sentido mencionado-, de que puede haber fenómenos que no se deban realmente a ninguna causa y que, por lo mismo, son esencialmente indeterminados, no es compatible con la afirmación científicamente sostenible del determinismo universal; el determinismo universal es, así, la negación del azar, y a la inversa. En la antigüedad, Epicuro sostuvo, en su atomismo, la afirmación de este tipo de azar al atribuir a los átomos la posibilidad de un desvío de su caída, o clinamen, no debido a ninguna causa.

Sin embargo, tampoco parece compatible con el estado actual de algunas ciencias, la física y la biología, por ejemplo, la afirmación de un «determinismo absoluto», del tipo propuesto por el universo de Laplace, en el supuesto de que cualquier suceso futuro está determinado, y es por tanto predecible, respecto y a partir de cualquier instante anterior. Más bien sucede que, tras los avances de estas ciencias y de sus metodologías, en este universo laplaceano rigurosamente determinista, han aparecido otros universos, o más bien otros niveles de un mismo universo -el de la escala microscópica de la materia, o de la estructura cuántica de la materia, sometida al menos por el momento al principio de indeterminación, y el de la biología, que recurre al concepto de azar como concepto central-, que obligan a hablar de un «determinismo aproximativo», que ha de tener en cuenta todos los factores de incertidumbre que existen en el universo. Los fenómenos subatómicos no son rigurosamente predecibles y, en consecuencia, tampoco es sostenible con todo rigor, por lo menos según Heisenberg, una estructura estrictamente causal en el universo macroscópico(ver cita). Según Jacques Monod, en biología, el azar, «noción central de la biología moderna», se manifiesta en dos formas: primero, en lo referente a la mutación casual de la cadena genética, producida exclusivamente por «error de transcripción», debida esencialmente al azar (aunque quizá sólo según el estado actual de las investigaciones); segundo, en lo tocante a las «consecuencias funcionales» de la mutación, la cual depende ya de una coincidencia con las condiciones ambientales que han de favorecer la perpetuación de esta mutación; éste es un azar absolutamente esencial, que no depende de nada más que de una intersección de «coincidencias absolutas», en las que nada tienen que ver los métodos de investigación(ver texto).

Monod insiste en que el temor a la idea del azar, en el origen de la vida y en su evolución, se debe a ideas ancestrales de trasfondo judeocristiano. Algo tan importante como la vida, especialmente la humana, no puede quedar en manos del mero azar, que se considera irracional. Tampoco el pensamiento primitivo dejaba nada al azar y todo estaba en manos de dioses. Este autor insiste también en que la explicación científica ha de ser materialista y ha de abandonar todo resabio animista, vitalista y finalista. El finalismo, en concreto, hace decir a Aristóteles: «La casualidad y la suerte son, entonces, posteriores a la inteligencia y la naturaleza» (Física II, 198a).

A. Einstein
I. Prigogine

A Einstein se le atribuye un cierto malestar intelectual ante el indeterminismo cuántico, expresado en la frase «Dios no juega a los dados». Frente a esta afirmación de deseos, Ilya Prigogine, premio Nobel de química de 1977, sostiene: «Dios juega a los dados y...¡además los tiene trucados!», frase que insiste en el indeterminismo básico de la naturaleza, pero que según como se interprete puede parecer autocontradictoria, porque unos dados trucados son la negación de un proceso sometido al azar. Ambas posturas son sintomáticas de la controversia actual entre determinismo universal e indeterminismo cuántico. No obstante, la frase de Prigogine debe interpretarse a la luz de la moderna teoría del caos determinista, según la cual, los fenómenos de la naturaleza están determinados, pero son imprevisibles. En sentido semejante Roger Penrose, matemático y físico, distingue entre determinismo y computabilidad, de modo que todos los sucesos del universo están fijados, pese a una falta de computabilidad intrínseca de algunas de sus leyes.