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Aristóteles
Averroes

Normalmente se designa con este nombre, no la filosofía árabe que pudiera tener su punto de partida en Averroes, que no la hubo, puesto que, tras su muerte decae profundamente la filosofía árabe en occidente, sino el conjunto de tesis filosóficas que se expandieron en el mundo latino occidental, como propias de Aristóteles, a partir de los comentarios de Averroes.

De 1150 a 1250 se tradujo al latín una gran cantidad de obras, procedentes del mundo griego, del árabe y del hebreo; los comentarios árabes que acompañaban a las traducciones de las obras de Aristóteles llamaron poderosamente la atención, por su novedad, de las «facultades de artes» de las universidades de París, Padua y Bolonia. Alberto Magno y Robert Grosseteste, entre otros, recurrieron frecuentemente a los comentarios de Averroes, y muchos profesores de la Facultad de Artes, en oposición a los de la Facultad de Teología, hicieron suyos los comentarios averroístas. A estos maestros en artes se les comenzó a llamar «averroístas» en sentido acusatorio y se les atribuían afirmaciones consideradas peligrosas e inconciliables con la fe cristiana. En tales doctrinas se sostenía sobre todo que:

a) sólo existe un único entendimiento separado (tanto agente como paciente).para toda la especie humana; que

b) la materia es eterna, y que

c) se puede defender la teoría de la doble verdad.

Se hacía, así, difícil sostener, respectivamente, la inmortalidad individual, la idea cristiana de la creación del mundo a partir de la nada, y la creencia de que la verdad sólo es una (la revelada). De entre las diversas condenas sufridas por estas tesis destacan las hechas por Esteban Tempier, obispo de París, en 1270 y 1277, que incluían además algunas tesis tomistas y, sobre todo, las teorías de Siger de Brabante y Boecio de Dacia, profesores de la Facultad de Artes y claros defensores de las doctrinas averroístas. A este averroísmo (doctrinalmente condenado de alguna manera) se le ha dado el nombre de «averroísmo latino». Según esta postura, Aristóteles no podía ser aceptado por la filosofía escolástica por no resultar compatible con los dogmas religiosos. Ésta fue una nueva ocasión de plantearse cuál era el papel que debía otorgarse a la razón (sólo aceptable cuando se trataba de aplicarla a la lógica aristotélica, pero no a las teorías físicas y metafísicas). Tomás de Aquino emprendió precisamente la tarea de depurar la filosofía escolástica medieval del lastre de las interpretaciones averroístas, buscando una lectura de Aristóteles compatible con la fe cristiana.

En el s. XIV renace el averroísmo, combatido en el siglo anterior: Ricardo Fitz-Ralph, obispo de Armagh, en Irlanda, sostiene que la doctrina del entendimiento activo único no es propiamente de Aristóteles, sino de Averroes. Aparece asimismo el denominado «averroísmo político» defendido por profesores parisinos, entre ellos Juan de Jandun (1280-1328), el primero en aplicarse a sí mismo el apelativo de averroísta, y Marsilio de Padua (ca. 1275-1343), ambos adversarios políticos del papa y partidarios de Luis de Baviera, que sostenían una concepción naturalista de la sociedad. En pleno Renacimiento italiano se produce un nuevo, y último, florecimiento averroísta, al aparecer aquellas dos corrientes aristotélicas, según una distinción atribuida a Renan, de un aristotelismo averroísta (inspirado en Averroes), cuya sede es la universidad de Padua, y un aristotelismo alejandrista (basado en los comentarios de Alejandro de Afrodisia). El punto en discusión era la manera de entender la inmortalidad individual. Según la perspectiva averroísta, el alma humana, separada del cuerpo, carece de individualidad propia, pero subsiste en un alma común, mientras que, en la perspectiva alejandrista, el alma sin cuerpo no subsiste en modo alguno, desaparece. Coincidían ambas corrientes en reconocer la coherencia de la filosofía natural de Aristóteles, que aceptaban incluso cuando era contraria a la fe.


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