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Nacimiento:1 enero 1762en RammenauMuerte:1 enero 1814

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Filósofo idealista alemán, nacido en Rammenau (Oberlausitz), en una familia muy humilde y sólo gracias a la protección del barón von Militz -a quien mostró su inteligencia repitiéndole de memoria el sermón que no había podido oír por llegar tarde a los oficios religiosos- puede iniciar sus estudios en Pforta, y proseguirlos luego en Jena y Leipzig, cursando la carrera eclesiástica. Muerto su protector en 1784, abandona la universidad y se gana la vida dando clases privadas en Zurich y Leipzig. En 1790, puesto en la necesidad de explicar la filosofía de Kant a un alumno, ahonda en la lectura de las Críticas kantianas, y surge así su orientación filosófica decisiva.

Estando en Varsovia, siempre en su trabajo como preceptor, escribe Ensayo de una crítica de toda revelación, obra que entusiasma a Kant, a quien la da a leer en Königsberg. La publicación de esta obra, atribuida en un principio a Kant, por haber sido publicada sin nombre, lo hace ya famoso. En 1794 inicia sus clases en la universidad de Jena, sustituyendo al kantiano Reinhold. Publica entonces Fundamentos de toda la doctrina de la ciencia (1794-1795), su obra principal, base de su filosofía, de la que hay hasta ocho versiones distintas. Las obras morales de este período, Fundamentos del derecho natural (1796) y Sistema de la moralidad (1798) y, en especial, el artículo Sobre el fundamento de nuestra fe en la providencia divina (1798), en las que identifica a Dios con el orden moral, hacen recaer sobre él la acusación de ateísmo y dan lugar a lo que se conoce con el nombre de la «disputa del ateísmo» (Atheismusstreit), causa de su destitución de la cátedra que ocupaba. Se traslada a Berlín donde entra en contacto con el romanticismo alemán y conoce a Schleiermacher. Publica entonces (1800), como obras de divulgación de su pensamiento filosófico, El estado comercial cerrado e Informe más claro que el sol sobre la esencia de la más reciente filosofía, y Destino del hombre,obra en la que ya se vislumbra su nueva orientación filosófica. Corrige de nuevo su Doctrina de la ciencia (1801,1804)y publica Los rasgos fundamentales de la época presente (1804-1805), ensayo de filosofía de la historia. En 1805 es nombrado profesor de la universidad de Erlangen, donde escribe sobre filosofía de la religión (Instrucciones para la vida feliz, 1806), defiende los ideales de la revolución francesa y levanta los ánimos de sus derrotados compatriotas, exaltando el nacionalismo germánico (Discursos a la nación alemana, 1807-1808). Se traslada a Berlín, donde, recién fundada su universidad, es nombrado profesor de filosofía y luego primer Rector. Muere a consecuencia de una epidemia de tifus, secuela de la guerra.

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Racionalista primero, como era propio de su época en Alemania, influida doctrinalmente por Spinoza y Leibniz, la lectura de la Crítica de la razón práctica de Kant le da la clave de su futuro sistema. Le subyuga la idea de una voluntad absolutamente libre. Opina de Kant que expone la auténtica filosofía, pero que no logra desarrollarla. La que él considera auténtica la expone en su Doctrina de la ciencia. A través del concepto de libertad, o racionalidad práctica, halla la manera de eludir la escisión que, a su juicio, Kant no sabe superar, entre libertad y naturaleza, razón teórica y razón práctica, fenómeno y cosa en sí. Toda filosofía es la búsqueda de un primer fundamento absoluto del saber humano, y este fundamento se da, sin más, y no puede ser ni demostrado ni determinado; sólo puede reflexionarse sobre el mismo. El hecho de buscar este fundamento revela que el principio absoluto está en el mismo pensamiento. El análisis del pensar da a entender que libertad absoluta y saber incondicionado son lo mismo; ambas cosas son aspectos de la misma razón autónoma. Nada es absolutamente libre sino el pensar, nada llega a ser sino por el pensamiento. El análisis de los primeros principios lógicos permite llegar a la misma conclusión. A = A sólo es verdad en cuanto existe su supuesto: el sujeto que lo piensa, lugar donde es verdadero el juicio, puesto que realmente en él sucede que yo = yo. El pensar es sujeto y el sujeto es, ante todo, acto. Es el «yo pienso» de Kant, que «debe acompañar toda representación; Fichte lo llama «yo puro», o el «yo en sí» y, puesto que no puede identificarse con un yo empírico y está presente en todos los yoes, es trascendental, es la primera realidad, es el yo absoluto. Al pensarse a sí mismo, al afirmar «yo soy» en total identidad consigo mismo, pone en practica una intuición pura, que constituye el punto de partida para pensar la realidad. Su desarrollo es el método dialéctico. El despliegue del método es la razón teórica.

Este método se caracteriza por los tres principios básicos de tesis, antítesis, síntesis, que corresponden a los tres momentos dialécticos sucesivos de: posición del yo, negación del yo y síntesis entre la posición y la negación.

La tesis enuncia el primer principio de la teoría de la ciencia: «El yo se pone a sí mismo»; la primera realidad aparece como yo (es el principio de identidad). Pero no puede existir un yo sin el límite que le impone un no-yo, como no existe un sujeto sin objeto. De aquí que deba existir un segundo principio.

La antítesis enuncia el segundo principio:«Al yo se le opone absolutamente un no-yo». También puede verse esto en el análisis del principio de no contradicción: «no-A no es igual a A», que puede deducirse lógicamente de «A=A». De la misma forma, el segundo principio (condicionado) se deduce del primero (incondicionado). A la conciencia, al yo, se le opone necesariamente, como objeto, el no-yo. La contraposición de estos dos principios reclama una síntesis; de lo contrario, el pensar sería imposible.

La síntesis presenta el tercer principio: «Yo opongo en el Yo al Yo divisible un no-Yo divisible», esto es: Yo (trascendental) opongo en el Yo (conciencia) al Yo divisible (al yo empírico) un no-Yo divisible (la naturaleza). Yo empírico y naturaleza se limitan, o determinan, el uno al otro; lo que uno es, no lo es el otro, pero dentro de una identidad, porque uno es lo que el otro no es.

Así, dialécticamente, surgen el yo puro, el yo empírico y la naturaleza: el yo puro no es ningún ser absoluto superior distinto del yo empírico, excepto en cuanto es su propia condición de posibilidad; el yo empírico y la naturaleza (el no-yo), en su antítesis u oposición por la que se determinan mutuamente, dan lugar a dos órdenes de realidad: a) en cuanto el yo está determinado por el no-yo, a la razón teórica; b) en cuanto el yo está determinado al no-yo, a la razón práctica.

Conocer es, en efecto, sentirse afectado por un objeto en cuanto distinto de uno mismo; como si el no-yo limitara al yo; conocemos «lo otro» y conocerlo es su determinación (sobre nosotros); propiamente, el yo construye a priori el no-yo para poder pensarlo como objeto.

Hay otra forma de poner el no-yo por parte del yo: la actividad moral. En ella el objeto, la naturaleza, el no-yo, es puesto para poder sentir su resistencia, para mostrarse finito y poder ser, en definitiva, un yo; de otro modo, un yo sin oposición, sin obstáculo que vencer, dejaría de ser lo que es y sería algo absolutamente indefinido (o hasta un concepto contradictorio, como juzga Fichte que es el concepto de Dios). Vencer el obstáculo para sentir su resistencia, para poder ser un verdadero yo, no significa más que lo que se experimenta en la obligación moral: la tarea de hacer que lo sensible se gobierne por lo inteligible, o el impulso por la razón, o la naturaleza por la moralidad, que es la misión y el sentido de la libertad. En última instancia, según Fichte, existe naturaleza -el yo pone el no-yo- para que exista el orden moral. La idea de Kant acerca de que «sólo el ser finito es moral» (en oposición a la santidad infinita) se convierte en Fichte en sólo con la moral expresa el hombre su esencia finita.


Con la moral desaparece la idea de un Dios personal infinito para convertirse en el mismo orden moral a que se siente obligado el hombre. Dios es la idea reguladora del orden moral, el esfuerzo infinito por llegar a ser moral: «cada uno debe llegar a ser Dios hasta donde le sea posible».

En la última parte de El sistema de la doctrina moral (1798), añade a esta moralidad fichteana, que parece obra exclusiva de una sola conciencia, la presencia de los demás hombres -los otros yoes empíricos. La libertad, a la que tiende la actuación moral, sólo es posible junto con la libertad de todos. La moral se relaciona, así, con la teoría del derecho y del Estado. Además de la comunidad estatal y de la eclesiástica, Fichte habla de una comunidad de doctos, a saber, la que pone en práctica de un modo consciente esta exigencia de libertad y la reivindica frente a la Iglesia y al Estado, y carga con la tarea de ser educadora del resto de la sociedad.

La última fase de la filosofía de Fichte, que se inicia tras la acusación de ateísmo, está marcada sobre todo y casi exclusivamente por la idea de Dios. El destino del hombre (1800) e Instrucción en orden a la vida dichosa (1806) son las obras más representativas de este período. Estas obras parecen negar lo construido hasta este momento por la Doctrina de la ciencia -no es posible conocer nada, no existe nada, no hay ninguna verdad absoluta- y Fichte emprende una orientación mística. Identifica a Dios con lo absoluto, el ser absoluto, y al hombre lo declara una mera existencia.

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Bibliografía

Del autor

  • Fichte, Johann Gottlieb, Discursos a la nación alemana. Tecnos, Madrid, 1988.
  • Fichte, Johann Gottlieb, Doctrina de la Ciencia. Aguilar, Buenos Aires, 1975.
  • Fichte, Johann Gottlieb, Introducción a la doctrina de la ciencia. Tecnos, Madrid, 1987.
  • Fichte, Johann Gottlieb, Johann Gottlieb Fichtes-Gesamtausgabe der Bayerischen Akademie der Wissenschaften. Frommann-Holzboog, Stuttgart.
  • Fichte, Johann Gottlieb, Primera y segunda introducción a la teoría de la ciencia. Revista de Occidente, Madrid, 1934.

Sobre el autor

  • Colomer, E., El pensamiento alemán de Kant a Heidegger. Tomo II. El idealismo: Fichte, Schelling y Hegel. Herder, Barcelona, 2008.
  • Zöller, G., Leer a Fichte. Herder, Barcelona, 2015.

Relaciones geográficas

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