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Lejos de corresponder siempre a la traducción actual de «¡Así sea!» el término amén deriva de una raíz hebraica que implica firmeza, solidez, seguridad. Decir amén significa que se tiene por verdadero lo que se acaba de decir, ratificar una posición o unirse a una plegaria. El amén puede ser también una aclamación litúrgica cuando uno se compromete frente a Dios y tiene confianza en su palabra. En conjunto, el amén de la literatura veterotestamentaria y judía pretende consolidar el deseo de actuar según Dios, de aceptación del juicio de Dios. En el Nuevo Testamento, en conexión con el Antiguo Testamento, aparece como expresión litúrgica al final de las doxologías, de secciones o de libros enteros en señal de confirmación.