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En todas las religiones, el altar es el centro del culto sacrificial. Para Israel, es también el signo de la presencia divina, el foro de encuentro entre Dios y el hombre. En los orígenes, si el hombre construía un altar, era para responder a Dios que acababa de visitarle como signo del memorial. Para los descendientes de los patriarcas, el lugar de culto tendía a representar más valor que el mero recuerdo de la teofanía. Esta primacía del lugar se manifestaba ya en el hecho de que escogían con frecuencia antiguos lugares de culto cananeos. Con la centralización del culto en Jerusalén, se precisan las funciones de los sacerdotes y se convierten en ministros del altar. Jesús pone fin al culto antiguo; en el nuevo templo, no hay más altar que él mismo. Comulgar en el cuerpo y en la sangre de Cristo es comulgar con el altar que es el Señor. El altar celestial del que habla el Apocalipsis es un símbolo que designa a Cristo y completa el simbolismo del cordero.