Desde una perspectiva cristiana, expresión a la vez espontánea y consciente de la reacción compleja del hombre impresionado por la proximidad de Dios. Esta reacción de fe, puesto que invade a todo el ser, se traduce en gestos exteriores aunque la única adoración que agrada a Dios es la que viene del corazón. Los gestos de adoración se reducen a Dios, la postración y el ósculo. Uno y otro adoptan en el culto su forma consagrada pero convergen siempre con el movimiento espontáneo de la criatura delante de Dios. La novedad de la adoración cristiana está en la figura nueva que contempla: el Dios en tres personas. Este Dios transforma la adoración y la lleva a su perfección: con una consagración del ser entero: espíritu, alma y cuerpo.