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Nombre hebreo que quiere decir «hombre», o «terrestre» en el sentido genérico de grupo o especie humana, tanto en sus individuos masculinos como femeninos. La afirmación que se lee en el Génesis (Gen 1, 27) de que Adán fue creado por Dios no puede entenderse como un enunciado con carácter científico sobre el origen del primer hombre, sino que ha de interpretarse de acuerdo con las reglas de la moderna exégesis de la Biblia, según las cuales los escritores bíblicos atribuían a los orígenes aquellos elementos que consideraban fundamentales para una comprensión religiosa del mundo. La Biblia no contiene ni ideas científicas en general ni evolucionistas en particular, de modo que en estos capítulos del Génesis no debe verse ni una refutación ni una confirmación de las ideas científicas de Darwin. Su sentido es meramente religioso, aunque la manera de narrar se atenga a los mitos y géneros literarios propios de la época en que se escribe.
En teología católica, nombre con el que en el Antiguo Testamento se designa al hombre, a la humanidad y es también el nombre personal del primer hombre con el que se inicia la genealogía de la protohistoria (Gn 5, 1ss). Según Gn 2, 7s., la creación del hombre se articula en dos fases. El punto de arranque lo constituye la modelación de una figura a partir del polvo de la tierra y, como complemento, la inspiración del aliento de vida. En el Nuevo Testamento, el árbol genealógico de Jesús termina con la afirmación de que Adán procede de Dios del mismo modo que todos los restantes de la lista proceden de sus padres. Se establece así una comparación entre Adán como hijo de Dios y el mismo hijo de Dios, Jesús, con una alusión al carácter universal de la filiación divina de Jesús. Desde una vertiente sistemática, la historia de Adán no es un relato histórico sino que presenta un protomodelo siempre actual del ser humano, del pecado y de la gracia de Dios.