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La unión de estos dos términos hace referencia a una supuesta relación de semejanza entre ambos. El macrocosmos sería el modelo imitado por el microcosmos u hombre: un cosmos en miniatura reflejo del universo entero o macrocosmos concebido como un gran organismo. La tesis de esta correspondencia se halla en abundantes textos de todas las épocas y de culturas diversas. Así, aparece en los albores de la filosofía presocrática, pero también en textos de la filosofía hindú, de la filosofía china, en el Avesta y en los Upanishads. En los albores del pensamiento occidental, y en relación con el hilozoísmo y con la creencia de un cosmos animado por un alma del mundo, la correspondencia entre micro y macrocosmos fue sostenida por los milesios, por los órficos y pitagóricos, por Empédocles, Diógenes de Apolonia y por Demócrito («el hombre es un microcosmos», DK.fr.34). En las corrientes mágicas, la correspondencia entre macrocosmos y microcosmos se ha concebido a partir de considerar que tanto uno como otro están formados por los mismos elementos y dispuestos en el mismo orden, diferenciándose solamente en la escala, de manera que el microcosmos es como una especie de reflejo del macrocosmos. Esto supone la concepción del macrocosmos como un organismo vivo y da pie a las concepciones mágicas -de indudable base antropomórfica-, que consideran que cada parte del cuerpo, y cada «destino» humano, está regido por la disposición de los astros. A la inversa, se considerará, en estas concepciones mágicas, que actuando sobre el microcosmos se puede influir en el macrocosmos.

En el período clásico de la filosofía griega esta tesis fue defendida por Platón: el mundo y el alma del mundo fueron creados por el demiurgo tomando como modelo la forma de un ser vivo ideal (Timeo, 30b, ver texto ). En cambio, Aristóteles la menciona (Física, VIII 2,252b ver cita, Del Cielo II,12, pero no la comparte, ya que evita cualquier forma de animismo en su cosmología. En el período helenístico fue defendida por los estoicos, por Galeno, los gnósticos, Filón, Proclo y los neoplatónicos. Por su parte, en la medicina hipocrática, ésta era una tesis fundamental.

En la época medieval dicha correspondencia se matizó a través del cristianismo que consideraba al hombre no como imagen del cosmos, sino creado «a imagen y semejanza» de Dios.

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Durante el Renacimiento, y en el contexto de un resurgir de las concepciones organicistas y mágicas, fue defendida, entre otros, por Nicolás de Cusa, Tomás Campanella, Pico della Mirandola, Giordano Bruno, y Paracelso. Dichos autores, como, por otra parte, los seguidores de la cábala y todos los astrólogos, supusieron la existencia de complejas relaciones de correspondencia entre los astros y determinadas partes del cuerpo humano, como también sugerían la existencia de corrientes de simpatía entre determinadas figuras geométricas, cristales y piedras preciosas con los humores corporales. Estas tesis estuvieron también presentes entre muchos artistas renacentistas que veían en el número áureo una manifestación de esta relación (ver mística de los números). El triunfo de la revolución científica y la nueva mecánica, afianzaron el paradigma mecanicista que sustituyó el anterior modelo organicista, que estaba en las bases de las creencias en la correspondencia entre el macrocosmos y el microcosmos. Pero, a su vez, la crisis del mecanicismo y su crítica por parte del romanticismo, reavivaron aquella antigua creencia que de nuevo encontramos en autores como Novalis y Schelling. De una manera diferente aparece también en la concepción de las mónadas de Leibniz (ver texto ). Dicha tesis influyó en la obra de R.H. Lotze: Microcosmos: ideas sobre la historia natural y sobre la historia humana, publicado en 1864, que significó una nueva revitalización, de carácter espiritualista, de esta teoría metafísica.



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