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Podría objetarse al título de este trabajo que si ser «bueno» es, por definición, equivalente a ser «hedonista», todo «hedonista», por definición también, es «bueno» y resulta, por lo tanto, inadecuado hablar de «buenos» y «malos» hedonistas.
La cuestión se aclarará, sin embargo, si consideramos que «buen» hedonista no posee un sentido literal. «Cómo ser un "buen" hedonista» supone simplemente afirmar «cómo ser hedonista en sentido deseado», es decir, en el sentido en que considero en que únicamente se puede ser hedonista. Podría haberse expresado igualmente el contenido del título con la expresión «cómo ser realmente hedonista», como «cómo ser un hedonista inteligente» o, dicho más castizamente «cómo ser "hedonista hedonista"»,, al igual que se anuncia el «café, café», para distinguirlo de sus sucedáneos.
El buen hedonista universal es, pues, sencillamente el que utiliza la inteligencia y la sensibilidad, el que asume las condiciones postuladas por Brandt de información completa, libertad e imparcialidad a la hora de emitir sus juicios.
El buen hedonista es, por supuesto, un ser humano plenamente desarrollado intelectual y moralmente: al menos tendría que haber alcanzado lo que Kohlberg denomina estadio 5, o posiblemente el estadio 6 del desarrollo moral en el que los individuos no pueden ser simples medios sino fines en sí mismos. No hace falta decir que el buen hedonista, [...] no podrá confundir los uso de «bueno» con los de ningún otro término ni, por otra parte, deberá olvidar que la indignación moral ante las injusticias y las luchas por una mayor igualdad y libertad constituyen desiderata humanos básicos que no pueden ser olvidados a la hora de elaborar una teoría de la acción moral.
El buen hedonista es, desde los supuestos aquí asumidos, el hedonista universal, aquel para quien los hombres tienen derechos iguales a la hora de reclamar igualdad en el trato, igualdad en el respeto a los intereses respectivos. Para el hedonista universal, por consiguiente, cuentan todos los hombres y todas las facetas de la personalidad humana. No sería, por lo tanto, un buen hedonista quien prefiera cualquier placer al mayor placer , o el placer de unos cuantos al placer de la inmensa mayoría o de la totalidad.
Contrariamente a lo que se suele pensar, ser un buen hedonista es mucho más difícil y heroico que lo que una simple teoría contractualista pudiera demandar. Porque esa indiferencia respecto a los demás, esa «racionalidad» exacerbada exenta de afectividad y sentimiento, se sustituyen aquí por una sensibilidad ilustrada y por un intelecto sensibilizado. Se nos demanda, en suma, expandir nuestros sentimientos de simpatía, en el convencimiento warnockiano de que sólo aumentando nuestra capacidad de sentir con los otros podemos ser morales.
Quizá se podría objetar que ser un buen hedonista significa no ser hedonista en absoluto, tal como se entiende «hedonista» en la versión vulgar. Sin embargo es mi intención no sólo conservar los principios que cubro bajo la denominación de HU [utilitarismo o hedonismo universalista], sino no desprenderme tampoco del rótulo que tradicionalmente los cobija. Mi idea es la de que si nos alejamos de los intereses, deseos, etc. humanos, caeremos irremisiblemente en numerosas trampas lingüísticas y de toda índole que bien pudiera dañar al hombre, a cada hombre particular. Evitar el dolor y expandir el gozo me siguen pareciendo, después de tantas acusaciones más o menos inconsistentes o inoportunas, los dos únicos principios que vale la pena mantener en la filosofía moral académica y en la vida práctica. Pero por supuesto aquí, como en tantos otros casos, no se trata de una verdad indubitable, sino como Smart sugeriría, de una opción personal. El HU no podría, desde luego, ser demostrado racionalmente.
Mas en esto no difiere la suerte del HU de la del propio concepto de «razón» y «racionalidad». A fin de cuentas siempre hay que apelar a un método meramente vindicativo. La causa del HU será defendible, a mi entender, simplemente si los hombres, cuando consideran el tema reflexivamente, quieren defenderlo. Intentar que esa consideración reflexiva comience ha sido el objetivo de este trabajo.
E. Guisán, Razón y pasión en ética. Los dilemas de la ética contemporánea, Anthropos, Barcelona 1990, p. 317-319. |