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Problema, propio de la filosofía anglosajona, que plantea la cuestión de cómo podemos conocer la existencia de otros seres conscientes, o bien otras mentes («other minds»), otros sujetos semejantes a nosotros en el aspecto mental, dado que se supone que, propiamente y tal como planteaba Descartes, sólo tenemos un conocimiento directo e inmediato de nuestra propia vida mental. Si no se quiere sostener el solipsismo, esto es, la convicción de que lo único real es la propia mente, hay que fundamentar el conocimiento de otros objetos y, además, el de otros sujetos. La respuesta habitual es que sabemos que los demás son sujetos pensantes como nosotros por un argumento de analogía. Este argumento supone que, dadas ciertas características comunes a A y a B, si descubrimos una nueva característica de A, por analogía o por semejanza, la atribuimos también a B. De este modo, relacionando nuestra conducta externa con estados mentales internos y observando que los demás llevan a cabo conductas similares a la nuestra, inferimos, por analogía, la conclusión que ha de haber estados mentales internos suyos que las explican, esto es, que el otro posee una mente igual que la nuestra. Un gesto de dolor o pena es en nosotros una vivencia directa que provoca normalmente una conducta determinada; observando en los demás una conducta similar, es razonable concluir, por analogía, que una conducta semejante es producida por una causa semejante.La objeción más fundamental que se formula contra este tipo de argumentación es que no llega a establecer con seguridad su conclusión: las premisas se refieren todas a un único caso de experiencia propia y es imposible llegar a conocer la verdad de la conclusión (llegar a conocerla supondría que hay otra vía de acceso a las «otras mentes»).
Wittgenstein añade a este problema de conocimiento el del sentido: el significado que se atribuye a cada hecho psíquico, el dolor, por ejemplo, depende de la experiencia propia y privada de uno mismo (si «dolor» es lo que yo siento); ¿qué significado puede tener para mí un hecho psíquico cualquiera de otro (el dolor que el otro siente que, en hipótesis, definirá de forma tan privada como la mía)? La solución de Wittgenstein al problema es de tipo conductista. Al carácter privado de las propias sensaciones se le añade un lenguaje que describe las características del comportamiento que se considera propio de las correspondientes sensaciones: a la sensación de «dolor», totalmente privada, se le añade la conducta aprendida a través del mismo lenguaje con que describimos cosas naturales (ver texto ).